Por: Daniel Moreno
Las noches en San Cristóbal con escaso dinero, y
sin lugar donde entretenerse, te dejan pocas opciones. En la eterna búsqueda de
un local económico e interesante, recuerdo la primera vez que fui a donde Otilia, por allá en el 2013. Solo
entre rumores y cotilleos conocía el mítico lugar: Es regresar en el tiempo, el perfecto lugar para conversar, es solo
para viejos y la cerveza es muy
barata (aspecto muy resaltante), son algunos de los comentarios que había escuchado.
Distraído y un poco renuente acepté la invitación de amigos, que me exclamaban:
¡Cómo es posible que no hayas ido a donde
Otilia! Durante el recorrido nocturno por la Avenida Carabobo, mis
expectativas crecían con anécdotas que no compartía: Otilia es todo un personaje, decían; mientras estacionábamos en el
lugar por donde muchas veces había pasado sin que llamara mi atención.
Ahí estaba frente al bar de Otilia, con una fachada nada resaltante, resulta una casa
cualquiera para el ojo poco observador, con paredes azul y negro. Tocamos,
esperando que nos abrieran. Con un click
las puertas se abrieron y entramos. Es un golpe tanto visual como auditivo el
lugar, realmente fue una regresión. Con un ambiente clásico rememora la década
de los 50, mi visión casi se vuelve sepia cuando pasé al lado de la barra donde
hombres con mirada perdida y cerveza en mano ahogaban sus penas. Detrás de la
barra, una torre de botellas polvorientas y registradoras viejas que se
adaptarían perfectas a un museo, objetos añejos que decoran la espalda de un
hombre viejo y jorobado, mientras pausadamente sirve los pedidos de los
clientes.
Al fondo del lugar la música cobró vida, entre
rancheras y boleros que sentí familiares, pues son canciones que mis padres
adoran escuchar, veo las mesas y cada una posee un color particular: rojo,
verde, naranja y amarillo. Nos sentamos en la verde, al fondo, y uno de mis
compañeros, haciendo señas, llama a Hugo para pedirle cuatro cervezas. Mientras
llega con nuestro pedido, trato de ver con más detalles los objetos encantados,
antiguos y con historia, las paredes forradas por un mosaico de color mostaza y
azul oscuro, simétrico, con una textura áspera y un poco descolorido. Acaba la
canción en la rockola, sí hay una rockola, ¿no lo había acaso comentado? Con
luces azules y moradas que brillan de forma intermitente se escucha cómo el
casete es puesto en reproducción, mientras las personas se acercan y con
confianza escogen las canciones que quieren escuchar.
Esperamos la cerveza entre temas variados. El
lugar trasmite un sentimiento hogareño, de confianza. Pausadamente, se acerca
Hugo con su joroba, y de forma muy talentosa carga cuatro cervezas en su mano
izquierda. Es un hombre viejo y arrugado, con una expresión un poco amargada,
deja las cervezas en la mesa y vuelve a la barra donde, en ese preciso
instante, se posan todas las miradas, y se escucha en susurros: ahí está, salió y miren, ¡Otilia!;
esta mujer que sale fantasmalmente, rodeada por un aura de humo, aparece
imponente, maquillada en todo su rostro, con un copete, grandes sarcillos y un
vestido de escarcha, se pone detrás de la barra y sirve una cerveza a un hombre
que acaba de llegar y de inmediato busca consejo en su anfitriona. Muchas son
las historias que rodean a la dueña del bar. Trabajadora sexual en su juventud,
ahora es ícono de una ciudad que trata con esfuerzo de conservar su identidad.
Al verla es atrapante su presencia. Serena,
sirve los tragos a todos los recién llegados, clientes que la saludan con
cariño, como si la conocieran de toda la vida, incluso unos le piden la
bendición a lo que ella atenta responde Dios
me lo bendiga. Surge de ahí la anécdota que ahora entiendo es habitual
(aunque eso no le quita lo sorprendente), donde se habla de la maternidad de
Otilia y del hecho asombroso de que su hijo Hugo sea 30 años mayor que ella (o
al menos lo parece), y así me va invadiendo el confort que se refleja en los rostros de los demás comensales.
Asumo que una combinación del ambiente y la cerveza que pasa por mi garganta,
me lleva incluso a poner El último beso
en la rockola, única canción que
reconozco por título, de toda la selección.
Y
así, luego de dos agradables horas, nos retiramos con solo 150 Bs. menos en mi
bolsillo y con una grata impresión, el bar de Otilia es un lugar detenido en el tiempo, evocador de nostalgia,
refugio para sus clientes, quienes bajo su brazo cuentan sus pesares y
alegrías, como si de una madre se tratase,
escucha atenta.
Con un click,
el seguro de la puerta se abre y salimos a la calle y a la realidad de la
ciudad. La vida vuelve a ser tumultuosa y estamos de nuevo en el 2013, volteo y
veo el bar antes de partir y un cartel que revela su verdadero nombre: El jarrón de Baviera. Esto me demuestra
que Donde Otilia es un lugar lleno de
sorpresas.
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Otilia. Fotografía
Daniel Moreno
|
https://www.youtube.com/watch?v=khsOuq0L9_M filmado allí
ResponderEliminarMuy amable de su parte haberse tomado un tiempo para hacer esta pequeña nota, pero quisiera hacer saber que los comentarios sobre mi padre son de muy mal gusto ya que no debería mencionar sus defectos fisicos ya que por lo menos para mi SU FAMILIAR DIRECTO son incomodos, al igual que los comentarios sobre la juventud de la Señora Otilia MI NONA no creo que sean de su incunvencia ni de la incunvencia de nadie. Cree usted que estaria ella feliz de sus comentarios? Le dio autorizacion ella para publicar su foto o algo relacionado con la vida de ella? Ella no es una figura PUBLICA es simplemente la dueña del establecimiento asi que porfavor elimine dichos comentarios o suprima el articulo. Muchas Gracias!
ResponderEliminarel bar de Otilia sigue funcionando?? Fui un par de veces y lo encontre cerrado .
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