Por Angélica Añez
En la época en que cumplí los 20 años tuve una pesadilla que le abrió las puertas a mi primera crisis de la edad. Para mí, hasta ahora, la crisis me esperaba a los 40, con calorones, más de tres gatos y estampados feos, o peor, bigote y piel colgante. En mi sueño estaba vestida con esa chemis marrón "huelo a bachiller" y un manos libres con micrófono incorporado, como toda una profesional, diciendo "Buenas tardes, bienvenido a McDonalds, ¿me puede indicar su pedido?". Desperté y cambió mi mundo. Tenía nuevos ojos para mi currículum vitae y para el no tan inútil "súper poder" familiar de ordenar los títulos por orden alfabético, año e importancia. Me dije que iba a ordenar mi apartado de habilidades para destacar en algo, además de mi talento nato para generar dióxido de carbono. Ese año iba a ser el año, empezaría a buscar trabajos que abultaran mi buen expediente laboral, para ello, compraría faldas de oficinista, me sacaría las cejas regularmente y me maquillaría. Hasta ahora tengo uno de los tres objetivos tachados.
Casi dos años después de ese día, llegó una oportunidad interesante para poder destacar, junto a un grupo de compañeros, en un terreno que nunca había pisado: La organización de eventos. No soy una persona particularmente ordenada o que sea astuta en las relaciones públicas. Mi mamá aún me mira con ojos de madre cuando cuento un chiste que solo me da risa a mí. Me ha dicho que soy "especial" a mi modo. Los años me han hecho mejorar muchísimo, sobre todo, mi don de gentes, y estaba dispuesta a ponerme a prueba. La idea de organizar una serie de eventos nació de una iniciativa en una mis clases, nos separaron por grupos y nos dieron libertades: El evento era “nuestro”. Más allá de un proyecto de clases yo pensaba en REPUTACIÓN, así, en mayúsculas sostenidas y negritas. Todo parecía darse perfecto, el grupo era serio y responsable. Antes ya habíamos trabajado juntos y teníamos la idea de hacer un evento. Todos éramos buenos en "resolverse en el momento" y queríamos hacer algo atractivo. No iba a trabajar bajo la presión de controlar mi furia homicida y el estrés al mismo tiempo. En mi currículum iba a empezar a aparecer la palabra "organizadora" poco a poco y ese evento "sería la o", sería el comienzo.
La primera vez que me reuní con mis compañeros de trabajo ya teníamos una idea más o menos concreta: el evento iba a tener cuatro espectáculos, íbamos a darle al público un tipo de tarde bohemia con música, danza, teatro y poesía, por todo lo alto. No teníamos local, luces o sonido; empezábamos bien. Mi disfuncional sentido temporal asumía que teníamos cuatro semanas para que esa idea pasará del papel a la realidad. Esa primera semana una compañera y yo repasamos nuestra "cartera de contactos". Para un comunicador social su "cartera de contactos" es casi su “agenda negra”, su tesoro, su "precioso". Una vez conseguimos los encargados de cada presentación, y con dos semanas contadas de tiempo, buscábamos el local. El lector podrá imaginar que, en efecto, llamar desde el sofá fue fácil, la mitad de los invitados a presentarse no había confirmado, pero estaban allí, teníamos esa sensación de "sé que no estoy embarazada, pero no me baja". Esa espera lenta de un "sí", un "sí" de los invitados y un "sí" a las cartas que entregábamos pidiendo el local de forma "gratuita", a cambio de publicidad.
Finalmente se dio: Una semana antes del evento teníamos local y a los invitados confirmados. La espera había terminado. Estaba todo casi listo. Casi es la palabra clave. Faltaba una de las presentaciones, y la banda había dicho que sí, muy emocionada, por presentarse, no obstante, no había sonido. Durante la semana que faltaba, mis compañeros y yo sentíamos el estrés y mis notificaciones en whatsapp eran proporcionales. Teníamos varios "peor es nada" como plan B, aunque pensábamos muchísimo en la selección, por el dilema del presupuesto tamaño “bolsillo de universitario mantenido”.
Para mí la solución del audio fue de los momentos más memorables al organizar el Viernes de Aroma: Estábamos todos los del equipo reunidos en un bar, "tipo social", a las 7:30 p. m. con los miembros de la banda La Pomme, los músicos del evento, resignados a gastar dinero extra en el sonido, cuando uno de los miembros de la banda, sonriendo, nos dio el contacto del audio que usamos para el evento, de noche y barato, lo más importante. Ese momento de alivio, un día antes, hizo que la cerveza que probé estuviera más fría, con menos carbohidratos. En ese momento podía decir que lo habíamos logrado, como equipo.
Para los que asistieron al Viernes de Aroma, está demás decirles que fue un a la altura; a los que no asistieron, debo decirles que perdieron la única oportunidad de ver nuestro debut, como organizadores de un evento hecho a la medida de nuestros deseos, con incluso invitados extras. Desde la noche anterior lo sabía, presentía el éxito, por eso, ese día usé vestido por, quizás, sexta vez en mi vida, escuché un regaño en una bocina y me fui del local con todo el "glamour" que tiene alguien sosteniendo una olla de sancocho al caminar.
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