jueves, 2 de abril de 2015

Noche de toque 2.0

Por: Angelica Añez

La noche de mi primer concierto de este año empezó a las cuatro. A las cuatro de la tarde no ha anochecido y tampoco había empezado el concierto, pero llegaba a la plaza Los mangos a la hora en la que me habían dicho empezaría. Tomé el autobús media hora antes con un morral listo para la ocasión. Supe que iba al lugar correcto porque vi un grupo de nuevos bohemios1 en el fondo del bus, luciendo la misma franela acerca de una referencia pop tan “original” como la de los demás. 

Comenzaban a colocar la tarima a la hora en que debía iniciar el concierto, la organización al menos pensó en la lluvia y finalmente colocó un toldo blanco, grande, para no ver a ningún músico electrocutarse. Me acerqué al primer puesto de cervezas, algo nuevo en la plaza que, se esperaba, animara al público. Era un detalle bastante atractivo para los asistentes del concierto, si piensas disfrutar en grupo a los 20 años. Miré a los presentes, mientras tomaba mi cerveza en sorbos. Todos se veían bastante iguales, digo, barbudos, con camisa o franelas con símbolos de la pop culture; las chicas, en falda o shorts con mallas y el cabello ondulado, incluso en su “originalidad”, todos se parecen.

Las bandas que tocaban eran grupos nacionales de trayectoria. Desde hace años he seguido el movimiento de bandas nacionales y sus nombres ya los conocía. La primera vez que fui a un toque estaba uniformada de negro con botas altas esperando ser un punto llamativo entre todos los presentes. Tenía un kit de iniciación para conciertos de rock pesado: Cadenas, pulseras de cuero, ropa rota, franela de grupos de rock americano y el cabello desarreglado. Mirando mi ropa en ese momento, tratando de no tirarme la cerveza encima mientras me abría espacio entre el público. Esos ocho años de diferencia entre mi primera vez y el toque actual se hizo eterna: La música era de otro género, los presentes eran distintos y ahora estaba a punto de empaparme de cerveza.

Yo quería ser una rockstar de charco pequeño, como Asier, pero sin que me tiraran un sostén. Para el 2006 las bandas "buena nota" eran las de rock duro y banditas escolares, al menos en Caracas. Si eras liceísta y sabías tocar, las emisoras te daban una oportunidad. Yo cumplía dos de dos, sin embargo, no tenía una banda; aunque ya tenía la ropa negra y mis amigos usaban delineador negro, nunca formé un grupo. Ese año las bandas alternativas de muchachos que ya no querían más música pesada se organizaron. Surgieron las bandas relajadas de rockstars menos llamativas de hoy. Ya no usaban todos esos pantalones ajustados al vacío, pero el espíritu de hacer buena música estaba presente. Aún el rock duro permanece, solo que hay más grupos con nuevos estilos. 

Ya habían hecho la prueba de sonido las dos primeras bandas que quería escuchar, Charlie Papa y Tomates Fritos. El vocalista de Tomates ahora es un gordito bien simpático con barba abundante. Yo lo conocí delgado. Los años pesan tanto como cuelga tu panza cervecera después de los 30. Desde hace años Tomates ya tiene un grupo de fans, una canción que ya es un ícono, que, al escucharla en la radio, todos reconocen y una imagen sólida. Escuchas la voz del vocal y sabes que es el gordito de Tomates. Charlie Papa todavía se abre camino, yo los vi empezando en Mérida, combinaban letras suaves con música lenta. Son de esas agrupaciones que enamoran por la energía de su música. Parada en medio de dos puestos de cerveza, escuchando las canciones con los ojos cerrados, supe que el movimiento musical no era el mismo.

Antes de terminar mi noche, celebraba no haberme tirado ninguna cerveza encima. Todo un logro si mides 1.50 cm y estás rodeada de codos. Los grupos y la música fueron tan buenas como esperaba. La experiencia no fue en vano. Mientras los organizadores trataban de hacer parecer que hacían un buen trabajo, yo miraba como todos se dispersaban cazando taxis a ojo desde la distancia. Comenzó a llover cuando empecé a moverme. Caminando bajo la lluvia, esperando que los taxis no se acabaran, pensaba en mi primer concierto. 

A los 13 años fue mi primer toque, era de metal, un género duro, me rompieron el labio por medir 1.50 y pensaba que la ropa negra era fresca; ahora, a mis 21, la música es otro tipo de placer, no solo es "fino", ni necesito un kit, ahora la música es lo que le da placer a mi día.

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