Por Marian Molina
Como algunos saben, la Odette muere en busca
de la perfección y nada logra impedirlo. Así fue la obra que logró demostrar la
artista, Liz
Pérez, en su última función “El otro lago”, en la plaza Los Mangos de la capital
tachirense.
Al
escuchar por la radio que se presentarían por última vez, en la noche aquel 6
de febrero del 2015 , lo consideré buen plan
para finalizar la jornada laboral entre tanto caos de la ciudad. Era un lugar céntrico, esa presentación de un grupo de danza, ¡vaya que me encanta la
danza!, además con el enganche de “gratuito” que se acomodaba al presupuesto
del bolsillo en aquel día en que había dejado la billetera en casa, a una hora aún flexible, que se ajustaba para tomar el transporte público al finalizar la función. No me perdonaría faltar con esas condiciones, y sin pensarlo dos veces me dirigí a la plaza minutos antes de la cita,
para grabar en mi mente las imágenes de una historia que apostaba ser rica en
sensaciones, logrando así capturar en mi memoria visual la desmedida admiración
que tengo por la danza.
La cita era para iniciar a las siete de la
noche, aunque llegué un poco antes, tomé ese momento previo de iniciar la obra,
sentarme en un banquito en medio de la plaza, de observar la opacidad del
atardecer mientras degustaba un batido frío de fres;
recuerdo el ambiente colmado de paz, algo curioso, pensaría que un viernes por
la tarde aquella plaza es particular estaría en caos por el tráfico.
Fue
llegando gente, en general jóvenes que mediaban los veinte años, algunos con su
pareja y otros con amigos. Algunos de
ellos decidieron tener en mano un vaso con una cerveza, otro modo de finalizar
la semana, pero en fin era viernes, y a las siete de la noche para muchos ya no
quedarían obligaciones pendientes.
Permanecía sentada degustando el frío y
dulzor del batido, cuando observo que ya el escenario se encontraba listo para
iniciar el acto. Levanto la mirada al cielo, oscuro contrastando la eterna
luna, una luna radiante, hermosa, esto
hacia evidente que nos encontrábamos acompañados de un cielo despejado. Luego
un frío que me paralizó, trató de alejarme muy pronto de lo que deseaba con ansias que iniciara
la obra. En mi mente se repetía una y otra vez las palabras del presentador de
la radio que me informó sobre el espectáculo “…una adaptación de una artista
coreógrafa y bailarina de la ciudad, que fusionó la danza contemporánea y el ballet a partir de la otra original “El lago de los cisnes”, de
Tchaikovsky, esta noche ofrecerá al público una versión muy personal de su obra,
a través de la agrupación de bailarines
puropie”, ¡Vaya que deja mucho que esperar!
Y mi mente ya había digerido mi paciencia.
Hasta
ese momento, me sentía desorientada por pequeños problemas que rondaban mi cabeza, pero
cerré los ojos, tomé un profundo aliento buscando crear una conexión imaginaria
con la bailarina y yo, haciéndome la idea de ser yo atrapada en su cuerpo, y
fue allí que comencé a construir una historia.
El reflector se
enciende
Imaginé cuando la cuenta regresiva terminó
con un particular ritual de oración y agradecimiento, ella, la Odette de “El
otro lago”, esperó un honesto deseo para
calmar los nervios. La cuenta iba
en 4, 3, 2… y cuando se abrió el telón imaginario marcando la pauta que encendió con sutileza el primer rayo del
reflector, iluminándola simulando el punto de partida de un ave, que despierta al oir los
majestuosos acordes, y el juego de la imaginación le anuncia momento de acción.
Y es así que vive
cada día, con la inspiración permanente de volver a estar allí en el escenario, entregando y desnudando el alma y cuerpo, sincronizados. La búsqueda de ese movimiento espontáneo que
logra comunicar la mayor pasión y
derrotar el miedo más grande, y encontrar una libertad. Pensé en lo complejo
que es crear una frase, y sufrir una transformación de lo textual a tangible y efímera expresión corporal, sin
necesitar una sola vocal y logre contar una sensacional historia, en su caso un
complejo idilio de amor; para ella eso significa vivir. Desplazándose con grandeza por el espacio, se ve
decidida a mover las entrañas de quien la vea. La sensación la repite una y
otra vez. Ella no sabe que su arte llegue a hidratar almas que se secaron, que
dejaron de sentir, de amar, de soñar, de creer y de ser únicos en un cuerpo
libre. Ella les enseña que cada uno es capaz de brotar energías y la capacidad
de embellecer con figuras, con movimientos llenos de carácter, de fuerza, dolor,
sufrimientos, luchas.
La perfección inalcanzable
Si digo que todo momento en el escenario es
perfecto, no mentiría; aunque no podría considerarse un
universo perfecto, si todo lo planificado resulte como la matemática, es
decir, debe haber siempre algún error. Observé su rostro, mientras se
lamentaba en el suelo de aquel amor prohibido por un maleficio, el dolor de
sentir distante su sueño de amar y ser correspondida. Recordé mi infancia y mi
adolescencia, identificada por la misma pasión, la danza.
Ella me trasladó a aquel tiempo en que el
personaje debe pasar cientos de horas frente al espejo con la interrogante de ¿ahora quién soy?, ¿cómo le hago para crear esa
mágica fusión de la Odette transformada en el cisne más hermoso, que se entregó
a la búsqueda de la perfección eterna y yo? Imaginé aquellos calentamientos. Repetir una y mil veces las frases para conseguir el movimiento y la
fuerza necesaria para no trastabillar,
que sea el público que fuere y lograr encender la más mínima chispa de humano
que llevamos dentro; aparece entonces el malvado brujo quien utiliza su
creación: el cisne negro, para generarle dolor a la hermosa Odette, hacerle del
amor un juego amargo, sumergirla en el lago del miedo, el hechizo, que le
mantenga la intriga y la desesperación
por perderlo todo.
Por un momento recordé las frustraciones de
todo bailarín en aquellos días en que su cuerpo no le sacia las exigencias que
quiere, porque es carne pegada a huesos y no un hierro forjado
inútil e invariable. Ese conflicto lo sentí, lo procesé y lo transformé a mis
memoras, que encajaban con el relato de la historia en algún instante; la desesperación que buscaba tener un final
feliz, pero que nada asegura el camino rebozado de glorias.
Últimos reflejos
Luego de hora y media,
el público esperaba el final con ansias, y me atrevo a decir que muchos alcanzaron alguna conexión con el
escenario, la intensión de los bailarines, porque no desistieron de llegar hasta
el final de pie, y traducir cada expresión corporal en sintonía con la música.
La hermosa Odette, logró ganarle la batalla al hechizo, encontrando su amor en sí misma y
transformándose en un cisne que muestra su plumaje y sus entrañas sin temor.
Y al fin, ¡la ovación del público! todo se
reduce a él, cargado de emociones intensas que mientras más desenfrenado
suenan, mayor felicidad produce el artista. Su mundo suspira, enloquece, se
llena de energía para multiplicar vida, sonríe, y comparte así con otros su
manera de apreciar la vida en un escenario, una pasión y el poder de dominar
los miedos.
Entendí, entonces, que para danzar no existe algo que inspire hacerlo porque, en su mundo, la inspiración es: el recuerdo de ese momento exacto en que su
felicidad es plena, cuando el rayito de reflector le anuncia vivir.
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