Por: Freddy Delgado
Cuando eran las dos de la tarde, el miedo se apoderó de mí cuerpo. Al entrar a la Capilla Padre Lizardo y ver que reinaba la soledad, la nostalgia y la angustia dominaron mis cincos sentidos. Un temor de pánico se veía brotar de mi piel.
Me preguntaba qué hicimos mal. ¿Será que la convocatoria en los medios de comunicación no daría frutos y nuestro resultado caería al fondo de un precipicio?
No solo pensaba en mi calificación, eso era lo que en ese momento poco me importaba. Lo único significativo que retumbaba en mi conciencia era que la ayuda a los abuelitos nunca llegaría. La ilusión de brindarle un poco de diversión y comodidad moriría como todos lo haremos alguna vez.
Pensé que al geriátrico nunca llegaría la harina de maíz para sus arepas, el arroz con sus caraotas, sus cositas para el aseo personal, la ropa que un día le prometimos. De la rabia que gobernaba mis entrañas un “¡coño!” salió de mi boca.
Un grito que se originó al fondo de templo traería la paz a mi alma.
-¡Freddy!, ¡Freddy!
Zoravit Arenas, otra de las integrantes de Masato Cultural se encontraba adentro organizando varios “detallitos” que nos hacían falta.
-¡Venga a ayudar, nos falta mucho!, con la peculiar voz aguda que la caracteriza.
De la entrada, hasta el final de la capilla, en un paso salté para empezar y terminar nuestro acto con gran placer, igual con el grito de Zora a ningún lugar podría ir. Sentí que mi mamá en el cuerpo de ella se había encarnado.
Mi trabajo fue organizar las sillas. Ordené más de 20, para nada porque cuando llegó la líder de la orquesta, a su manera alineó el escenario.
A las 2:10 p.m., los integrantes de la banda empezaron a llegar, pues a las afueras de la capilla se escuchaban ensañar.
Los espectadores del toque iban llegando uno en uno. Una señora con particular estilo de vestir me pidió el favor de ayudar a bajar un saco de alimentos de su automóvil. La gente empezó a colaborar de un momento a otro. Papel higiénico, cloro, champú y mucha pero mucha comida, en la cesta que estaba en el suelo, se iba llenando.
Al lugar llegaron los jóvenes, altos, bajos, gorditos, flaquitos con sus guitarras, mandolinas, cuatros, contrabajos, arpas, violines y la esperanza de traerle alegría a los viejitos del ancianito.
La sonrisa que me caracteriza volvió a parecer en mi rostro. De esquina a esquina, los labios tocaban las puntas de mis orejas, y aún más cuando empezamos a traer a los abuelos. Las risas y las carcajadas no paraban de escucharse en el recinto.
El evento inició con la celebración de la eucaristía, luego bajo la dirección del profesor, Jhon Galaviz, empezó el toque. Se interpretaron piezas de música típica, como “Recuerdos del Táchira”, “Amanecer”, “La cosecha del café”, “Cantares de primavera”, “San Cristóbal”, del reconocido compositor Chucho Corrales, “Brisas del Torbes”, la más aplaudida de la tarde; “Señor Jou”, y como sorpresa especial nos regalaron un pasodoble tachirense.
Así finalizó el día, los abuelitos se levantaron para aplaudir antes de retirase. La merienda los estaba esperando y en un cerrar de ojos ya no estaban en la capilla.
Todos los de Masato Cultural estábamos contentos, el objetivo estaba logrado. Diversión, que era lo que queríamos, se cumplió. No voy a mentir: estaba agotado pero nada podía satisfacerme más que la sonrisa de la abuelita al escuchar el violín sonar.
Esta crónica me hizo reir. ¡Bravo Freddy!
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