Por: Angelica Añez
Al momento de empezar esta crónica mi intención era hacerla graciosa, el humor es mi “fuerte” a la hora de escribir sobre asuntos personales, pero mi relación con los libros es diferente. Mi mamá siempre ha sido una lectora voraz. Conocidos aficionados a la lectura, míos y de ella, sienten una punzada de admiración al ver su biblioteca. Personalmente siento algo de envidia.
Tengo recuerdos nítidos de mi segundo y tercer grado de primaria, gracias a los libros; mamá me “enseñó” desde niña el placer de la lectura y de estar sola, a pesar de ser desde siempre una niña “amiguera”, que hablaba “hasta por los codos”, según mis profesoras, la verdad es que siempre he sido más bien callada, de andar sola, en mi universo. Los libros dieron un lugar a dónde ir de pequeña.
Antes de mudarme a San Cristóbal, me había leído casi todos los libros, ilustrados por supuesto, que había en la biblioteca de mi salón en segundo grado en Mérida. Los libros no eran mi mayor interés, aún no llegaban esos libros importantes a mi vida, estaban allí para mi recreo, era como toda niña, como una mariposa que anda de un lado a otro. Estaba con mis amigos, pero siempre leía un libro en todos los recreos antes de ir al patio a jugar.
Cuando finalmente vine a San Cristóbal a vivir con mamá me costó adaptarme al nuevo ambiente: No hablaba con las niñas del salón, todas mayores que yo; tampoco hablaba con los niños vecinos, no salía frecuentemente, estaba encerrada en mí. Como toda madre, mamá quiso hacer todo más cómodo para mí y cada noche, a la luz de una lámpara, me leía una página de Harry Potter y la piedra filosofal.
Uno de mis libros favoritos tiene la siguiente cita:
“En una ocasión oí comentar a un cliente habitual en la librería de mi padre que pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer libro que realmente se abre camino hasta su corazón. Aquellas primeras imágenes, el eco de esas palabras que creemos haber dejado atrás, nos acompañan toda la vida y esculpen un palacio en nuestra memoria al que, tarde o temprano—no importa cuántos libros leamos, cuántos mundos descubramos, cuánto aprendamos u olvidemos—, vamos a regresar”.
Como lectora muchos libros han llegado a mi corazón, libros que han pasado por mis manos tienen un lugar especial en mí y en lo que soy ahora, pero ese libro de Harry Potter tiene un lugar privilegiado. Ese libro fue lo que marcó el comienzo de mi amor por la lectura. A veces le digo a mi mamá medio en broma que esas noches son el recuerdo más bonito que ha cosechado, ella se ríe y no me presta mucha atención. Esas noches son, para mí, el recuerdo más bello que tengo. No he vivido tanto, apenas dos décadas y un poco más, sin embargo, ese, reitero, es el recuerdo más bello que tengo. Lector, no me estás viendo, pero me brillan los ojos cuando escribo esto. Nada me ha marcado en la vida más que esas noches cuando mamá, cansada o no, me abrazaba en su cama y me leía antes de dormir, y yo como la niña chiquita que era, le pedía que me leyera más. Es difícil expresar cómo veo la lámpara más cálida en mis recuerdos, cómo mi mamá se ve más joven y yo, bueno, yo no he crecido mucho, pero esa felicidad que sentía cuando ella empezaba a leer es una sensación que nunca he vuelto a sentir. Nunca podré agradecer lo suficiente a mamá por esas noches. En ellas aprendí que un libro no es el papel, la tinta, el empastado grueso, es más... Mi mamá no sabe lo que le debo por esa “enseñanza”.
Mis mejores amigos son libros. Con el tiempo he dejado de ser tan constante con la lectura como lo fui en una época de mi vida, y sinceramente no lo lamento, siempre vuelvo a los libros con más aprecio. Le doy una bienvenida calurosa a viejos y nuevos amigos que siempre están conmigo en mi tiempo libre, cuando puedo leerlos con la atención que se merecen. Lector, con esto quiero enfatizar que para mí un libro significa más que palabras unidas en una historia. Uno de mis “mejores amigos” cita, parafraseando, que un libro es también un reflejo de quién lo lee.
Cuando empezó la iniciativa del Trueque de Libros fui con mi ejemplar más viejo y amarillo del Anticristo de Nietzsche. Nunca he sido una existencialista, aunque Nietzsche fue la base para mi rebeldía adolescente del súper yo, quise trocar esa joya. Fue un desafío dejarlo en la mesa mientras buscaba una obra que pudiera competir con su valor, claro, para mí. Ese día lo intercambié con un amigo y volverá a mis manos en un préstamo, probablemente. No pude deshacerme definitivamente de mi libro.
Hace ya unas semanas, ese trueque se repitió y no llevé ningún libro. Yo no estoy lista emocionalmente para la despedir a otro amigo. En esta oportunidad que volví al trueque había más libros, y me alivia que no todos los lectores sean como yo. Había tres mesas llenas de libros, pero ninguno llamó mi atención. Otro “mejor amigo” dice, parafraseando, que en cada libro habita el alma de quienes vivieron intensamente al leerlo y de quien lo escribió. Al ver esas mesas plagadas de libros solo puedo pensar en el dueño, sentado, en cualquier esquina, en cualquier lado, aprovechando cada pequeña oportunidad para volver a leer, para sentir ese libro. Cuando una persona deja un libro, abre una puerta para que otro viva lo mismo, o incluso más, despidiendo a un buen amigo, a horas de vivir con él vidas más reales e intensas. Ese es un acto de valor que yo, con pena de admitirlo, aún no soy capaz de hacer.
Este último Trueque de Libros fue satisfactorio para mí, me llevé algunas sorpresas con algunos libros, con varios autores. No puedo entrar en tu cabeza, lector, y adivinar qué sientes al ver un grupo de libros que esperan por ti, quizás antes de que nacieras. En particular, la percepción que tuve al ver esos pequeños montones, me devolvió estos recuerdos. Es difícil, en mi caso, tomarme con humor este tipo de cosas que me definen tan profundamente. No puedo hacer una broma de tantas emociones, viajes, mundos, vidas, que me han regalado esos amigos.
Este intercambio de Libros me parece una de las iniciativas más increíble, a falta de un mejor adjetivo, de entes gubernamentales, como la Plataforma del Libro y la Lectura, y grupos culturales, como Púrpura Poesía y la revista El Recital. Hay libros que nos esperan, esperan por un lector especial que con ellos encuentre lo que yo he encontrado con los libros. En esas tres mesas había un amigo listo para cambiarte la vida. ¿No es maravilloso?
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