Via Lucis: Teatro religioso

Por Felipe Silva González

A medida que la gente empezaba a llegar al recinto, un sentimiento de preocupación me sobrevino: ¿y si todo salía mal? Nunca me he sentido muy cómodo en espacios cerrados llenos de gente, pero me resigné e ignoré a la muchedumbre. Esto estaba a punto de empezar.

Armado con una cámara prestada y un nerviosismo que no paraba de crecer, me moví por toda la cancha del colegio consultando con los miembros de mi equipo si podía ayudar en algo. Supongo que tuve suerte en la repartición del trabajo, pues durante el evento yo únicamente debía encargarme de tomar fotos a todo lo que se moviera; mis compañeros tenían trabajos más estresantes. Si fallaban la obra de teatro se iría abajo.

Cuando las luces se apagaron, exceptuando unos focos que iluminaban el escenario, fue el momento en que el micrófono fue a parar a las manos del profesor, Tony Jaimes, el cual ofreció una introducción sobre el evento, en donde agradeció a los miembros de Masato Cultural por ayudar y coordinar la logística. El profesor nos invitó a subir a la tarima a los cuatro para que la gente nos viera, otro instante más al archivo de momentos vergonzosos. Nunca me ha gustado que las personas me miren. Mi corazón latía a todo motor. De inmediato subió la hermana Mercedes Martin, directora de la institución, para brindar unas palabras de bienvenida. 

Fuente: Felipe Silva González

Un video introductorio me sirvió de pretexto para moverme entre el público y realizar mi labor; mis compañeros se desplazaron a sus puestos listos para servir de pilares del evento: José se encargaba de cuadrar el audio con las escenas, Gabriela y Jessy, detrás del escenario, maniobraban el decorado, parecían un reloj suizo por la precisión de sus movimientos; mientras tanto yo tiraba flashes a mansalva y los asistentes me respondían con expresiones de asombro en sus ojos encandilados.

Fuente: Felipe Silva González

Los intérpretes, conformados por estudiantes y profesores, iniciaron el acto. El coro relucía desde sus puestos, el audio parecía oírse bien desde donde me encontraba. El hecho de que la interpretación de ese año fuera un via lucis (la vida de Jesús luego de su muerte) era ciertamente novedoso, ya que los años anteriores se ejecutaba un via crucis; las personas parecían interesadas por lo que estaba ocurriendo. Los muchachos lo están haciendo mejor que en los ensayos, me dije. Resulta interesante pensar que las mismas criaturas que se comportaban como animales durante los preparativos, ahora se destacaban entre la decoración de bajo presupuesto y un vestuario que encajaba a regañadientes. 

El instante que más emoción causó en la audiencia fue la escena de la crucifixión de Jesús; los actores pusieron todo de sí en ese acto; se notaba que la escena había logrado captar las emociones de los presentes: los adultos callaban con ojos asombrados, y además vislumbré algunas bocas abiertas con sorpresa. Yo reía en voz baja, al igual que algunos niños.

Fuente: Felipe Silva González

La obra prosiguió tal y como debía hasta que una interrupción imprevista cortó de tajo la trama. La directora había tomado la palabra para hacer un comentario improvisado. Me quedé paralizado. ¿Qué estaba pasando? La hermana se explayó demasiado, supongo que habrá oído algo desde su asiento que no le pareció, algo debió hervirle la sangre hasta tal punto de no aguantarse el regaño hasta que la función terminase. Los actores parecían estatuas de sal. El sentimiento de desconcierto inicial fue reemplazado por la incomodidad de la audiencia que no se encontraba de humor para sermones.

Fuente: Felipe Silva González

Reanudado el ritmo, el ambiente se relajó un poco. Mantuve la cabeza fría y proseguí con la faena, la luz del sol se había ido desde hace mucho, las caras de las personas eran iluminadas por los cabreos caprichosos de los reflectores, los espontáneos destellos de las cámaras y algún que otro celular. El último acto finalizó con un popurrí de cantos religiosos por parte del coro del colegio. Era mi parte favorita.