Por: Paola Chacón
Después de asistir durante cuatro años al festival, Conéctate y Convive, en donde logré disfrutar de las diversas presentaciones, en especial las de danza, y no por casualidad, al fin había llegado mi año. Me sentía sumamente nerviosa y emocionada por formar parte del grupo de artistas que, orgullosamente, exhiben sus propuestas coreográficas en este reconocido evento binacional. Estaba convencida de que el trabajo de tantos meses, ensayando una y otra vez las perfectas melodías de la reconocida Ópera Carmen, sería apreciado por el amplio y disparejo grupo de personas, que acuden a esta actividad. Recuerdo, incluso, haber visto ese viernes por la noche a un hombre cuyos rasgos y vestimenta indicaban que era un indio, ¡sí!, un indio; no pude evitar pensar en los personajes de una película de infancia, Pocahontas.
Par de horas antes de comenzar el cronograma de esa noche me encontraba un tanto cansada. Me refiero a ese cansancio cargado de satisfacción que recorre todos tus músculos después de dos productivas horas de ensayo. Se hacía tarde y mis compañeras y yo debíamos lucir perfectas para salir a escena. Frente al espejo de la academia, mientras aplicaba la base del maquillaje, comenzaron a surgir expectativas de tan esperada noche. Sabía que mucha gente que aprecio aguardaba con ansias ese día, inclusive algunas personas no habían tenido la oportunidad de verme bailar hasta el momento. Sin mencionar a las personas e instituciones que irían al encuentro con un trabajo de calidad por parte de la escuela a la que pertenezco, Entredanza, y al resto del público que, en mi opinión, al menos en ese festival finge interés por el arte.
Larga espera
Cayó la noche y llegamos a la hora citada, hacía frío y, de vez en cuando, caían gotas del cielo. El personal de protocolo nos dio la bienvenida de una forma muy educada, fue inevitable sentirme a gusto. Seguidamente, nos condujeron hacia el área de camerinos donde nos entregaron nuestras escarapelas de “artistas”. Imposible no pensar que ese es tu “minuto de fama” (bromeo).
Minutos después, nos informaron que debíamos esperar más de lo pautado debido a un retraso en el cronograma (vaya conducta venezolana de no faltar con la impuntualidad). Por esta razón, junto a mis tres compañeras de baile, salí a darle un vistazo al lugar. Estaba rodeado, como de costumbre, de artistas plásticos en acción y skaters a toda velocidad; sin dejar de mencionar la estereotipada vestimenta que caracteriza al evento: medias panty rotas, gorros excéntricos, lentes de pasta gruesa, cabellos de colores y muchas pero muchas Converse. Definitivamente siento que allí veo más tatuajes que de costumbre.
Entrando en personaje
Transcurridas dos horas, nos dieron la voz para iniciar nuestro número. Corrimos ansiosas al camerino a ponernos nuestros vestidos rojos que, por cierto, son un tanto reveladores: la espalda completamente descubierta y al frente un pronunciado escote en forma de “v”. Esto se debe a que la esencia del personaje es la seducción. De hecho, por tratarse de la representación de una mujer hermosa, Carmen refleja seguridad en sí misma y mucha picardía, por tanto, como buenas intérpretes, debíamos transformar nuestra personalidad en cuanto subiéramos al escenario. Recuerdo que la presión aumentaba durante la presentación de la banda que se encontraba tocando, Radiomotora. El público estaba eufórico, casi enloquecía.
Finalmente, el vocalista de la banda anunció el final de su repertorio. Mis compañeras y yo cruzamos miradas, que, aunque nerviosas, transmitían seguridad. Dominábamos muy bien la coreografía, sin embargo, no podíamos ignorar los distintivos nervios que te invaden antes de comenzar la puesta en escena; de no ser así, espero que algún día un actor, músico, animador o bailarín me demuestren lo contrario. Si mal no recuerdo, mis manos y pies helaban, situación que no variaba aunque no parara de hacer plies y relevés para mantenerme caliente.
La seducción
“A continuación, un fragmento de la reconocida Ópera Carmen, interpretado por la agrupación, Entredanza. ¡Recibámoslas con un fuerte aplauso!”, anunció el presentador del festival. Como de costumbre, mi corazón palpitó fuertemente. Nos posicionamos en el escenario con la vista al infinito, esos segundos de miradas invidentes dirigidas a las personas que se encuentran en el público y tú solo esperas escuchar la primera nota musical.
La melodía de Georges Bizet, en un principio suave y pausada, logró captar la atención del público. Los movimientos que ejecutábamos eran casi imperceptibles. Nada más emocionante que ver el interés de las personas desde allí arriba, de reojo podía notarse cómo se iba llenando cada vez más el lugar. Unos corrían hacia la tarima, otros se acercaban sigilosamente.
Fue, entonces, cuando la música dio un giro inesperado, sin duda, el mejor momento. En compañía de los aplausos y gritos del público cada una de nosotras tuvo su momento para destacar. Debo decir que al instante de realizar el solo, escuché mi nombre repetidas veces entre la multitud (creo haber reconocido la voz de una de mis mejores amigas), evidentemente, esto provocó que ejecutara los movimientos con más fuerza y precisión. También, mis compañeras lograban proyectar una energía increíble, energía que supimos aprovechar para cerrar la presentación con broche de oro. Como fondo musical, nos acompañaba la canción Habanera, en la cual, la picardía y el coqueteo estaban más presentes que de costumbre.
La música indicó la última nota y nosotras el último movimiento. El escenario se congeló para ser todo oído y la ovación del público reveló de nuestros rostros grandes sonrisas. Nada como la satisfacción de un trabajo bien hecho, además del lindo momento que dejamos impreso en el recuerdo de los espectadores. Por momentos como ese, y muchas otras experiencias, no me cansaré de ser… bailarina.
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