sábado, 28 de marzo de 2015

Por Freddy Delgado 

Abro mis ojos otra vez y el primer pensamiento que viene a mi mente eres tú, todas las mañanas se repite la misma historia. Ni siquiera me he levantado de la cama y me pregunto: ¿dónde estás?, ¿con quién?, ¿piensas en mí? Sé que las respuestas son obvias.

Me levanto de la cama y lo que hago es robarte un beso. Sé que esto solo pasa en mi cabeza, pero lo disfruto al máximo. Las rutinas de cepillarnos juntos, desayunar, bañarnos, pelear por el desorden, quién se pone esa camisa, quién se la quita más rápido… Son los momentos que extraño. Mis ojos no aguantan y la primera lágrima del día cae. 

Mi imaginación juega un papel importante: Salgo de mi casa, te veo en el autobús, me siento junto a ti y me recuesto en el espejo. Llegué a mi primera parada, me desperté y tú ya no estabas.

Mis amigos me preguntan qué me pasa, con una sonrisa a media respondo que nada. ¿Cómo contar que me muero todos los días sin ti?, ¿cómo contar qué me está pasando?, ¿cómo le digo a todos que aún te quiero sin que se burlen? Ellos solo comentan que no me conviene estar contigo, sin embargo, yo te necesito aquí conmigo, otra vez.

Al almorzar me siento solo, sé que mis amigos me extrañan, no quiero ser grosero con las personas que están en mi mesa, no quiero que crean que soy odioso, pero qué hago, no quiero hablar con nadie, no quiero que nadie me salude, no quiero que nadie me invite al cine, no quiero querer a más nadie, ¿por qué lo debería hacer si a la que quiero es a ti? 

Recuerdo ese día, en el que dijiste: “es mejor que dejemos todo así, es por el bien de los dos. Yo te quiero, pero no puedo seguir así”. ¿Saben algo? Nadie termina una relación por amor, las relaciones terminan porque uno de los dos ya no quiso continuar, no porque se amó demasiado.

¡Me muero!, me muero al saber que todo era mentira, al saber que terminamos y no fue culpa mía, como tú me lo hacías sentir, al saber que no fui lo suficiente para ti.

Llega de nuevo la noche y sé que el día de mañana se vuelve a repetir esta historia. Se vuelve a repetir esta rutina, que le pido a Dios que se acabe, pido que te pueda olvidar, no pido querer, solo olvidar.

Dios, ¿qué debo hacer?, ¿cuánto te debo pedir para que saques a esta persona de mi vida?, ¿será que el amor no se hizo para mí? Trataré de dormir y mañana otra vez a trabajar. 

Vuelve a sonar el despertador, vuelvo a cepillarme, desayuno, me baño, peleo solo… Nada diferente del día anterior; ¡ah!, sí, que voy tarde al trabajo. Corro y corro para poder parar el autobús, si no llego a tiempo sé que será otro fin.

- ¡Pare, por favor, detenga ese autobús!

Lo dije gritando a ver si alguien tenía piedad. Por fin para, y la primera persona que en mi mundo me ayuda a subir a un autobús me sonríe y me agarra la mano. ¿Será que una historia vuelve a comenzar el día de hoy? ¿Será que llega otro ser de ojos claros a mi vida? ¿Será una señal de Dios que el amor sí se hizo para mí?

Esta historia comienza hoy, y lo único que quisiera, es que no fuese solo por hoy. Esperaré que se me haga tarde para ir al trabajo, esperaré lo mismo toda la semana, esperaré que esa misma mano esté junto a mí para ayudarme a subir de nuevo al autobús.

jueves, 26 de marzo de 2015

Por: Daniel Moreno

Las noches en San Cristóbal con escaso dinero, y sin lugar donde entretenerse, te dejan pocas opciones. En la eterna búsqueda de un local económico e interesante, recuerdo la primera vez que fui a donde Otilia, por allá en el 2013. Solo entre rumores y cotilleos conocía el mítico lugar: Es regresar en el tiempo, el perfecto lugar para conversar, es solo para viejos y la cerveza es muy barata (aspecto muy resaltante), son algunos de los comentarios que había escuchado. Distraído y un poco renuente acepté la invitación de amigos, que me exclamaban: ¡Cómo es posible que no hayas ido a donde Otilia! Durante el recorrido nocturno por la Avenida Carabobo, mis expectativas crecían con anécdotas que no compartía: Otilia es todo un personaje, decían; mientras estacionábamos en el lugar por donde muchas veces había pasado sin que llamara mi atención.

Ahí estaba frente al bar de Otilia, con una fachada nada resaltante, resulta una casa cualquiera para el ojo poco observador, con paredes azul y negro. Tocamos, esperando que nos abrieran. Con un click las puertas se abrieron y entramos. Es un golpe tanto visual como auditivo el lugar, realmente fue una regresión. Con un ambiente clásico rememora la década de los 50, mi visión casi se vuelve sepia cuando pasé al lado de la barra donde hombres con mirada perdida y cerveza en mano ahogaban sus penas. Detrás de la barra, una torre de botellas polvorientas y registradoras viejas que se adaptarían perfectas a un museo, objetos añejos que decoran la espalda de un hombre viejo y jorobado, mientras pausadamente sirve los pedidos de los clientes.

Al fondo del lugar la música cobró vida, entre rancheras y boleros que sentí familiares, pues son canciones que mis padres adoran escuchar, veo las mesas y cada una posee un color particular: rojo, verde, naranja y amarillo. Nos sentamos en la verde, al fondo, y uno de mis compañeros, haciendo señas, llama a Hugo para pedirle cuatro cervezas. Mientras llega con nuestro pedido, trato de ver con más detalles los objetos encantados, antiguos y con historia, las paredes forradas por un mosaico de color mostaza y azul oscuro, simétrico, con una textura áspera y un poco descolorido. Acaba la canción en la rockola, sí hay una rockola, ¿no lo había acaso comentado? Con luces azules y moradas que brillan de forma intermitente se escucha cómo el casete es puesto en reproducción, mientras las personas se acercan y con confianza escogen las canciones que quieren escuchar.

Esperamos la cerveza entre temas variados. El lugar trasmite un sentimiento hogareño, de confianza. Pausadamente, se acerca Hugo con su joroba, y de forma muy talentosa carga cuatro cervezas en su mano izquierda. Es un hombre viejo y arrugado, con una expresión un poco amargada, deja las cervezas en la mesa y vuelve a la barra donde, en ese preciso instante, se posan todas las miradas, y se escucha en susurros: ahí está, salió y miren, ¡Otilia!; esta mujer que sale fantasmalmente, rodeada por un aura de humo, aparece imponente, maquillada en todo su rostro, con un copete, grandes sarcillos y un vestido de escarcha, se pone detrás de la barra y sirve una cerveza a un hombre que acaba de llegar y de inmediato busca consejo en su anfitriona. Muchas son las historias que rodean a la dueña del bar. Trabajadora sexual en su juventud, ahora es ícono de una ciudad que trata con esfuerzo de conservar su identidad.

Al verla es atrapante su presencia. Serena, sirve los tragos a todos los recién llegados, clientes que la saludan con cariño, como si la conocieran de toda la vida, incluso unos le piden la bendición a lo que ella atenta responde Dios me lo bendiga. Surge de ahí la anécdota que ahora entiendo es habitual (aunque eso no le quita lo sorprendente), donde se habla de la maternidad de Otilia y del hecho asombroso de que su hijo Hugo sea 30 años mayor que ella (o al menos lo parece), y así me va invadiendo el confort que se refleja en los rostros de los demás comensales. Asumo que una combinación del ambiente y la cerveza que pasa por mi garganta, me lleva incluso a poner El último beso en la rockola, única canción que reconozco por título, de toda la selección.

Y así, luego de dos agradables horas, nos retiramos con solo 150 Bs. menos en mi bolsillo y con una grata impresión, el bar de Otilia es un lugar detenido en el tiempo, evocador de nostalgia, refugio para sus clientes, quienes bajo su brazo cuentan sus pesares y alegrías, como si de una madre se tratase, escucha atenta.


Con un click, el seguro de la puerta se abre y salimos a la calle y a la realidad de la ciudad. La vida vuelve a ser tumultuosa y estamos de nuevo en el 2013, volteo y veo el bar antes de partir y un cartel que revela su verdadero nombre: El jarrón de Baviera. Esto me demuestra que Donde Otilia es un lugar lleno de sorpresas.
Otilia. Fotografía Daniel Moreno

miércoles, 25 de marzo de 2015

Por Lotty Guerra

La cultura tachirense ha destacado por generaciones. A lo largo del tiempo hemos presenciado el surgimiento y desarrollo de artistas que, por su talento, han salido de nuestras fronteras. El talento abunda en las calles, en los teatros, en los salones de clases, en los sótanos de las casas; el arte forma parte de la vida cotidiana del sancristobalense: lo ve en los grafitis, en los murales, en las formas retorcidas de los árboles centenarios. Esto es así, y seguirá siéndolo, porque contamos con el apoyo de quienes creen que el arte es un camino para encontrarnos y reconocernos, es una marca de identidad. 

El Masato Cultural ha organizado un evento llamado “Viernes de Aroma”, el cual se realizará este 27 de marzo. Podrás disfrutar de la presencia de La Pomme, una banda regional, que fusiona géneros e instrumentos; un fragmento de la obra Carmen, interpretado por Entredanza, grupo dedicado a la danza clásica y contemporánea; una puesta en escena de algunos de los integrantes de La Femme, revista literaria de poesía y, por último, un monólogo teatral. Estos artistas tachirenses compartirán con nosotros su talento y nos brindarán una tarde amena. 

¡Ajusta tu agenda y no te pierdas este espacio dedicado al arte! La entrada es libre y el lugar de encuentro es accesible: el Salto Ángel Bar and Lounge, ubicado en Barrio Obrero, calle 14 con carrera 21 (diagonal a la Dulcería Andina), a partir de las 3 p. m. Síguenos a través de nuestras redes sociales y te mantendremos informado sobre este y otros eventos. 

Masato Cultural: “Fermentando la Cultura”


martes, 24 de marzo de 2015

Por Liliana Ramírez

Todos los días lunes de cada mes, mi abuela y yo emprendemos un verdadero viaje, algo así como de una extensión lejana y cercana a la vez. Son unos quinientos o seiscientos pasos bajando por una gran montaña encuadrada con una acera.

A las doce mediodía, mientras las carotas se terminan de cocinar, y el olor a tajadas invade la sala, mamá Lilia se alista y con anticipación busca los dos costales de fique ubicados detrás de la nevera; camina un poco y de su bolso saca el monederito de cuero que la vecina le regaló en su cumpleaños, regresa a la cocina, da vuelta a la perilla del radio y de fondo suena: “¡Abajo cadenas, gritaba el señor, gritaba el señor, la ley respetando la virtud y honor! ”

Por supuesto, no nos puede faltar una sombrilla, pues a esta hora salimos al encuentro pleno con el sol, con una calidez humeante como la del desierto del Sahara, mientras el agua se evapora y las matas palidecen. Unos veinticinco minutos de caminata y al llegar el ambiente cambia: parece que corre más viento, todo es ágil, multicolor, surtido de frutas; hay mucha gente yendo y viniendo. Primero lo primero, tomarnos un jugo para refrescar la sed antes de iniciar el recorrido para las compras. Aquí venden de todo, desde plantas y comida hasta ropa. 

El Mercado Mayorista de Táriba, con su abasto principal, una casona con amplios espacios separados en galpones, hacia el eje izquierdo los abarrotes, que da con el surtido pasillo de los negocios de ropa, por donde se llega a las ventas de especias; señoras conocedoras venden curas para diversos males del cuerpo y para aderezar las comidas, nos inunda el calmado y tibio azafrán de la manzanilla, el verde intenso de las hojas de cilantro, el enérgico aroma de la hierbabuena y la pasividad de la mejorana… El repertorio de hierbas del completo puestecito de madera es tan largo como especias existen. 

Nos dirigimos al centro del abasto a comprar la carne, mamá Lilia se lo toma muy en serio, pincha meticulosamente la pieza, cuando no le gusta, dice: “Señor, ya venimos; dejamos una bolsa guardada”. Está claro que no volveremos, luego, a unos metros de distancia, el mismo vendedor nos ve con la competencia cercana, mientras guardamos la carne más suave y jugosa. Mamá Lilia siente la mirada inquisidora y me dice que disimule.

A las afueras del mercado hay camiones con amplios guacales de plástico rebosantes de verduras, es un espectáculo multicolor. Durante los demás días de la semana se vende al mayor, excepto los lunes, que están dedicados a la venta al detal, ese día son múltiples los puestecitos armados unos tras otro y es común, además, ver chamos que ofrecen, por económicos precios, llevar el mercado de las señoras, en sus carretillas. 

Es frecuente encontrarse con los vecinos, pues al mercado van personas de los alrededores y hasta de los municipios cercanos, entonces, entre conocidos y desconocidos comienzan las pláticas afables. Se habla, sin duda, de los precios, y de qué hay y qué no hay. Caminamos junto a una vecina, ella busca patas de gallina, pero parece que están muy caras. A falta de pollo, gelatina. 

Ya estamos por terminar. Los dos costales están casi llenos, solo falta buscar la panela y ver qué queda de remate. Se nos ha pasado la tarde en el mercado de Las Margaritas, son cerca de las cinco, la noche va cayendo dulce y pausadamente, estamos exhaustas, sin embargo, muy satisfechas. Ahora es cuando el viaje se torna cercano y no lejano, ya no son quinientos o seiscientos pasos de un caluroso trayecto. En este momento, mi abuela Lilia saca el monederito de cuero y manosea los billetes sobrantes… ¡Taxi!

lunes, 23 de marzo de 2015

Una muestra visual de lo que fue nuestro primer evento ¡No olviden estar pendiente de los demás eventos programados para este y el próximo mes!

- Fotografías por Lisseth Rivero











Por: María Labrador



Foro: El registro fotográfico de la memoria cultural del Táchira

Por Paola Chacón

Ponentes del foro: izquierda: Ana Berta López; centro: Porfirio Parada; derecha: José Ángel Mora. (Fotografía: Lisseth Rivero)
Una gran variedad de fotografías que retrataban la particularidad tachirense, tanto en la cotidianidad como en el ámbito artístico, fueron acompañadas por las historias que compartieron los artistas: José Ángel Mora, Ana Berta López y Porfirio Parada, durante el desarrollo del foro “El registro fotográfico de la memoria cultural del Táchira”.

La actividad se llevó a cabo el sábado 21 de marzo en las instalaciones de la Dirección de Cultura del estado Táchira, y contó con la asistencia de más de 30 personas. La organización del evento estuvo a cargo del grupo Masato Cultural con el apoyo de la Fundación Parpadoelocuente. La participación estuvo conformada por estudiantes universitarios, profesores, aficionados de la fotografía y expertos en el área.

La temática del foro fue abordada de distintas maneras conforme al portafolio de los ponentes. En el caso del maestro José Ángel Mora focalizó su exposición en la fotografía de calle, puesto que parte de sus imágenes fueron tomadas en las vías de la ciudad. Como resultado de su experiencia, recomendó el uso de cámaras menos llamativas para no predisponer a los transeúntes, además de resguardar la seguridad de la cámara y del fotógrafo. 

Por otro lado, Porfirio Parada destacó la importancia de darle cobertura fotográfica a las actividades culturales del Táchira, tal y como lo reflejó en su galería de fotos para la revista cultural, El Recital. Por último, Ana Berta López dio una muestra de imágenes “tipo retrato” de artistas tachirenses, donde destacó que la mejor manera de registrar la memoria cultural de la región era fotografiando a los protagonistas (escritores, poetas, bailarines, pintores, entre otros). Además subrayó que hacer ese tipo de trabajo era como escribir la historia en imágenes.

El foro culminó con una ronda de preguntas que fue de gran utilidad para los participantes, quienes formularon sus dudas ante los ponentes, al igual que presentaron sus puntos de vista. Varios de ellos mostraron agradecimiento y agrado por la realización de este tipo de evento. 

Las organizadoras Paola Chacón, Marian Molina, Lisseth Rivero y Liliana Ramírez aseguran que es el primero de muchos eventos que traen para el público en las próximas semanas. Invitaron a los participantes a seguirlos en sus redes sociales.

Facebook: Masato Cultural

Twitter: @Masatocultural

Instagram: @Masatocultural

Foro: "El registro fotográfico de la memoria cultural del Táchira" realizado en la Dirección de Cultura. (Fotografía: Lisseth Rivero).

domingo, 22 de marzo de 2015

Por: Felipe Silva González

No cabe duda, la literatura es un arte hasta cierto punto inexistente, pues un libro no es como una pintura o una escultura; la sola contemplación del objeto no permite acceder a los paisajes lingüísticos que cada autor ha plasmado sobre páginas y páginas; leer, entendido como el proceso de comprender un lenguaje previamente aprendido, es la única forma de llegar a esa tierra prometida, ese cuarto a media luz, aquel mar embravecido, aquel mundo derruido y corrupto, los cuales se encuentran solo en nuestra mente. La literatura es un collage de imágenes que son creadas por el cerebro, tomando como base las palabras de un escritor. Es una disciplina que existe, en su totalidad, en las cabezas de escritores y lectores.

Teniendo esto en cuenta, la acción de prestar libros resulta un hecho curioso, ya que se intercambian solo las palabras, el verdadero libro no existirá hasta que las letras se condensen en una bruma literaria dentro de la imaginación del lector. Repentinamente, todos estos pensamientos pasaron por mi mente cuando fui invitado a un trueque de libros, organizado por Porfirio Parada en San Cristóbal; la idea me entusiasmaba sin dudas, así que me desplacé al lugar convenido a las 10 de la mañana. 

La expresión de paz del ángel del Templo Santo Domingo de Guzmán se posaba sobre nosotros, la gente llegaba y los primeros libros empezaban a mostrarse de entre las manos de sus temporales dueños. La invitación difundida por Facebook prometía que un cúmulo de gente estaría en ese pequeño lugar de la ciudad, pero había más textos que personas, situación para nada desagradable; ¡era una ventaja!, menos personas significaba menos competidores, lo cual era ideal, en caso de presentarse algún volumen con mucha demanda. Rápidamente los asistentes empezaron a admirar los libros expuestos, a la espera de un trueque justo que valiera lo suficiente como para desprenderse de esos libros, que, de algún modo, formaban parte de ellos mismos.

El primero que llamó mi atención fue El hijo de Gengis Khan de Ednodio Quintero. Había oído de él, pero apenas mis ojos se despegaron de su cubierta, otra persona había conseguido hacerse con él. A partir de ese momento me decidí a ser más rápido que mis competidores, no es un secreto que un buen trueque involucra velocidad; mi primer intercambio fue con una chica que se interesó por mi edición de La vuelta al mundo en 80 días, la cual traía bajo el brazo; por lo cual decidió cambiármelo por Las cadenas de Eymerich de Valerio Evangelisti, libro del que no había oído jamás, pero la excitación de hacerme con un libro misterioso me convenció, además la chica parecía un poco triste al despegarse de él; una señal mejor que una reseña editorial.

En un momento dado, los organizadores colocaron unas mesas para exhibir los libros, una opción más loable que sostenerlos con las manos o en bolsas. En ese instante aparecieron dos libros que llamaron poderosamente mi atención: Uno estaba bastante descuidado y sus hojas amarillas, se titulaba País de las sombras largas, de Hans Ruesch, y trataba sobre esquimales, nunca había leído nada acerca de esa cultura; el otro libro era más delgado que el anterior, se veía nuevo y bien conservado, la trama no me pareció llamativa a juzgar por la sinopsis de la contraportada, que era tan ambigua como el título de la obra: El pulpo de Iván Gutiérrez, lo que sí me atrapó fue la nacionalidad del escritor, boliviano; me resultó curioso, no había leído a ningún autor de ese país antes, me llevé ambos libros y di por ellos unos thrillers de poca monta cuyos encabezados no es necesario mencionar.

La mejor adquisición del día se produjo cuando vi, asomándose en los brazos de una muchacha, que acababa de llegar, el Cementerio de animales de Stephen King; no pude contener mi asombro y me puse a hablar con ella para convencerla de hacer un intercambio. Mis posibilidades eran pocas, solo me quedaba un libro para “truquear”, pero era, de todos, el mejor, Amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. Una joya por otra joya. Quizás no del mismo valor, ni del mismo color y dureza, pero joyas al fin y al cabo. El trato me pareció justo, desde la muerte de Gabo, como lo llamaban sus amigos, sus libros tienen una demanda enorme; los mejores libros de Stephen King, es decir, los clásicos como esté, parecen evitar esta parte de Venezuela, ya que en el Táchira solo suelen llegar sus últimas publicaciones, situación que no se da en el centro del país, donde es más fácil encontrar variedad de títulos.

Con cuatro nuevos inquilinos para mi repisa me fui de aquel pequeño punto de la ciudad, que por un momento pareció convertirse en una de esas ferias de libros del viejo continente; la ilusión era forzada, pero a mi mente inquieta le gusta crear espejismos y durante unos minutos me dejé llevar por la reacción que la literatura me produce.

Ojalá este tipo de eventos se den con más frecuencia, después de todo, lo que importa no es el trueque en sí, muy divertido por cierto, sino participar en un encuentro cultural; la creación de nuevas propuestas, como esta, auguran un saludable futuro para los amantes de la literatura en el Táchira; en la medida en que empiecen a ser más frecuentes, estaremos más cerca de sentirnos parte de algo importante, trascendente.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Por Lisseth Rivero

La fotografía es una manera de ver el mundo y mostrarlo a los demás; con la intención de compartir las percepciones que tres fotógrafos tachirenses tienen del mundo que capturan, el grupo Masato Cultural y la Fundación Parpadoelocuente han organizado para el sábado 21 de marzo de 2015, en las instalaciones de la Dirección de Cultura del Estado Final, entre las 10 a. m. hasta las 12 m el foro "Registro fotográfico de la memoria cultural del estado Táchira" la entrada es libre y está dirigido a todo público.

Pocas veces tendrás la oportunidad de escuchar en un mismo evento a artistas como José Ángel Mora, con más de 30 años de trayectoria dedicados a la fotografía analógica; Ana Berta López, quien, desde hace 19 años registra el hecho cultural de San Cristóbal y lo publica a través de su blog “El Ojo Memorioso” y, por último, Porfirio Parada, director de la revista cultural “El Recital”. Ellos presentarán una muestra de sus trabajos y contarán su valiosa experiencia profesional.

Si te interesa la fotografía, no puedes perderte este encuentro en el que podrás tener contacto directo con estos destacados fotógrafos. La sede del foro está ubicada Final Avenida Universidad, Sector Paramillo. Edif. Dirección de Cultura, sector paramillo (al lado del Museo del Táchira). Síguenos a través de nuestras redes sociales y te mantendremos informados sobre este y otros eventos.


viernes, 13 de marzo de 2015

Por Brendy Briceño

Flanagan´s La Ronería* recibió al grupo literario Púrpura Poesía el pasado sábado 07 de marzo. Su fundadora y coordinadora, Amarú Vanegas, es actriz de teatro, poeta y productora de cine y teatro. El espacio está dedicado al arte, de ahí que el primer sábado de cada mes siempre participan nuevos talentos, bajo la modalidad del micrófono abierto para poesía y música.

La tertulia musical inicia la velada, en esta ocasión Josber Useche ofreció la apertura al evento. La idea de la participación de Púrpura Poesía es dar a conocer nuevos talentos que estén presentes esa noche dentro del público, por lo cual no son artistas reconocidos sino potenciales artistas jóvenes. Con frecuencia se comienza con un bloque musical y luego comienzan los poetas, quienes se han anotado previamente.

El formato de la tertulia depende de las personas que lleguen, pues serán las que actuarán en el evento. Todos llegan mediante una invitación general, de modo que no se sabe quién se presentará, “todo es una sorpresa”, así lo afirma Amarú Vanegas, creadora de esta oferta cultural. Culmina su intervención invitando para una nueva tertulia el próximo 4 de abril, cuyo lugar de encuentro aún es incierto, puede ser en cualquier restaurante o bar de la ciudad. Manténganse informados a través de las redes sociales.

Dirección*: C. C. Casa Los Mangos, tercer piso.
Ubicado en la calle 12 de Barrio Obrero entre carreras 22 y 23 N.° 22-23, media cuadra más arriba de la librería Sin Límite 

Facebook: Purpura Poesia


Por: Felipe Silva González

Nuevamente se efectuó este 7 de marzo un trueque de libros, organizado por Porfirio Parada de la revista El Recital y Jhoel Hiram, en esta segunda versión contó con el apoyo del grupo Purpura Poesía. Tuvo como sede el bulevar de la Cantv en frente de la iglesia El Ángel (Barrio Obrero), empezó a las 10 de la mañana para terminar a las seis de la tarde.

Uno de los asitentes al trueque de libros ojea los libros que estan expuestos. Foto: Felipe Silva González.
A pesar del clima frío y la lluvia incipiente los interesados en este intercambio sobrellevaron de la mejor manera estos inconvenientes, por algunos momentos las mesas con libros tuvieron que refugiarse para evitar que los ejemplares se estropearan, pero esto no impidió que el evento trascurriera sin más problemas. 

El grupo de Púrpura Poesía con Amarú Mond hizo una recolecta de papel (hojas de cuadernos de línea simple, doble y cuadriculado, block de dibujo y demás que estén sin escritura ni impresiones). La idea es reutilizar estos materiales en ediciones artesanales de poesía. 

El próximo trueque de libros que se efectuará será el 11 de abril y contará con el apoyo de los miembros de Masato Cultural. El evento será publicado en Facebook, por lo que te invitamos a mantenerte informado y a contribuir en su difusión.
Un grupo de personas observan varios ejemplares sobre una mesa, en el fondo se aprecia a Porfirio Parada. Foto: Felipe Silva González.

Masato Cultural

Espacio de promoción cultural dirigido por estudiantes de la carrera de Comunicación Social, cuyo fin es informar periodísticamente sobre los eventos culturales realizados en el estado Táchira, Venezuela

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