jueves, 4 de junio de 2015

Un rayo del reflector

Por Marian Molina

Como algunos saben, la Odette muere en busca de la perfección y nada logra impedirlo. Así fue la obra que logró demostrar la artista, Liz Pérez, en su última función “El otro lago”, en la plaza Los Mangos de la capital tachirense. 

Al escuchar por la radio que se presentarían por última vez, en la noche aquel 6 de febrero del 2015 , lo consideré  buen plan para finalizar la jornada laboral entre tanto caos de la ciudad. Era un lugar céntrico,  esa presentación de un grupo de danza, ¡vaya que me encanta la danza!, además con el enganche de “gratuito” que se acomodaba al presupuesto del bolsillo en aquel día en que había dejado la billetera en casa, a una hora aún flexible,  que se ajustaba para tomar el transporte público al finalizar la función.  No me perdonaría faltar con esas condiciones, y sin pensarlo dos veces me dirigí a la plaza minutos antes de la cita, para grabar en mi mente las imágenes de una historia que apostaba ser rica en sensaciones, logrando así capturar en mi memoria visual la desmedida admiración que tengo por la danza.

La cita era para iniciar a las siete de la noche, aunque llegué un poco antes, tomé ese momento previo de iniciar la obra, sentarme en un banquito en medio de la plaza, de observar la opacidad del atardecer mientras degustaba un batido frío de fres; recuerdo el ambiente colmado de paz, algo curioso, pensaría que un viernes por la tarde aquella plaza es particular estaría en caos por el tráfico.
 Fue llegando gente, en general jóvenes que mediaban los veinte años, algunos con su pareja y otros con amigos.  Algunos de ellos decidieron tener en mano un vaso con una cerveza, otro modo de finalizar la semana, pero en fin era viernes, y a las siete de la noche para muchos ya no quedarían obligaciones pendientes.

Permanecía sentada degustando el frío y dulzor del batido, cuando observo que ya el escenario se encontraba listo para iniciar el acto. Levanto la mirada al cielo, oscuro contrastando la eterna luna, una luna radiante, hermosa,  esto hacia evidente que nos encontrábamos acompañados de un cielo despejado. Luego un frío que me paralizó, trató de alejarme muy pronto de lo que deseaba con ansias que iniciara la obra. En mi mente se repetía una y otra vez las palabras del presentador de la radio que me informó sobre el espectáculo “…una adaptación de una artista coreógrafa y bailarina de la ciudad, que fusionó la danza contemporánea y el ballet a partir de la otra original “El lago de los cisnes”, de Tchaikovsky, esta noche ofrecerá al público una versión muy personal de su obra, a través de la agrupación de bailarines puropie”, ¡Vaya que deja mucho que esperar!  Y mi mente ya había digerido mi paciencia.
 Hasta ese momento, me sentía desorientada por pequeños problemas que rondaban mi cabeza, pero cerré los ojos, tomé un profundo aliento buscando crear una conexión imaginaria con la bailarina y yo, haciéndome la idea de ser yo atrapada en su cuerpo, y fue allí que comencé a construir una historia.

El reflector se enciende

Imaginé cuando la cuenta regresiva terminó con un particular ritual de oración y agradecimiento, ella, la Odette de “El otro lago”, esperó un honesto deseo para  calmar los nervios. La cuenta  iba en 4, 3, 2… y cuando se abrió el telón imaginario marcando la pauta que encendió con sutileza el  primer rayo del reflector, iluminándola simulando el punto de partida de un ave, que despierta al oir los majestuosos acordes, y el juego de la imaginación le anuncia  momento de acción.

Y es así que vive cada día, con la inspiración permanente de volver a estar allí en el escenario, entregando y desnudando el alma y cuerpo, sincronizados. La búsqueda de ese movimiento espontáneo que logra comunicar la mayor pasión  y derrotar el miedo más grande, y encontrar una libertad. Pensé en lo complejo que es crear una frase, y sufrir una transformación de lo textual a  tangible y efímera expresión corporal, sin necesitar una sola vocal y logre contar una sensacional historia, en su caso un complejo idilio de amor; para ella eso significa vivir. Desplazándose con grandeza por el espacio, se ve decidida a mover las entrañas de quien la vea. La sensación la repite una y otra vez. Ella no sabe que su arte llegue a hidratar almas que se secaron, que dejaron de sentir, de amar, de soñar, de creer y de ser únicos en un cuerpo libre. Ella les enseña que cada uno es capaz de brotar energías y la capacidad de embellecer con figuras, con movimientos llenos de carácter, de fuerza,  dolor,  sufrimientos, luchas.

La perfección inalcanzable

Si digo que todo momento en el escenario es perfecto, no mentiría; aunque no podría considerarse un universo perfecto, si todo lo planificado resulte como la matemática, es decir,  debe haber siempre algún error. Observé su rostro, mientras se lamentaba en el suelo de aquel amor prohibido por un maleficio, el dolor de sentir distante su sueño de amar y ser correspondida. Recordé mi infancia y mi adolescencia, identificada por la misma pasión, la danza.
Ella me trasladó a aquel tiempo en que el personaje debe pasar cientos de horas frente al espejo con la interrogante de ¿ahora quién soy?, ¿cómo le hago para crear esa mágica fusión de la Odette transformada en el cisne más hermoso, que se entregó a la búsqueda de la perfección eterna y yo? Imaginé aquellos calentamientos. Repetir una y mil veces las frases para conseguir el movimiento y la fuerza necesaria  para no trastabillar, que sea el público que fuere y lograr encender la más mínima chispa de humano que llevamos dentro; aparece entonces el malvado brujo quien utiliza su creación: el cisne negro, para generarle dolor a la hermosa Odette, hacerle del amor un juego amargo, sumergirla en el lago del miedo, el hechizo, que le mantenga  la intriga y la desesperación por perderlo todo.

Por un momento recordé las frustraciones de todo bailarín en aquellos días en que su cuerpo no le sacia las exigencias que quiere, porque es carne pegada a huesos y no un hierro forjado inútil e invariable. Ese conflicto lo sentí, lo procesé y lo transformé a mis memoras, que encajaban con el relato de la historia en algún instante; la  desesperación que buscaba tener un final feliz, pero que nada asegura el camino rebozado de glorias. 

Últimos reflejos

Luego de hora y media, el público esperaba el final con ansias, y me atrevo a decir que muchos alcanzaron alguna conexión con el escenario, la intensión de los bailarines, porque no desistieron de llegar hasta el final de pie, y traducir cada expresión corporal en sintonía con la música.
La hermosa Odette, logró ganarle la batalla al hechizo, encontrando su amor en sí misma y transformándose en un cisne que muestra su plumaje y sus entrañas sin temor.
Y al fin, ¡la ovación del público! todo se reduce a él, cargado de emociones intensas que mientras más desenfrenado suenan, mayor felicidad produce el artista. Su mundo suspira, enloquece, se llena de energía para multiplicar vida, sonríe, y comparte así con otros su manera de apreciar la vida en un escenario, una pasión y el poder de dominar los miedos.
Entendí, entonces, que para danzar no existe algo que  inspire hacerlo porque, en su mundo, la inspiración es: el recuerdo de ese momento exacto en que su felicidad es plena, cuando el rayito de reflector le anuncia vivir.

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